EN BUSQUEDA DE UNA SOCIEDAD INCLUSIVA Y EQUITATIVA PARA TODOS Y TODAS

Desde finales del XVII a principios del XX, se han producido transformaciones relevantes en el papel de los agentes educativos, pasando a ser los Estados los que han ido asumiendo un rol garante que ha tomado contenido como Derecho a la Educación. Si en un principio el objetivo era ofrecer una provisión básica de educación, principalmente la primaria, poco a poco se ha avanzado hacia una concepción basada en políticas de igualdad de oportunidades y de mejora de la calidad y del acceso a la educación para todos.

Así pues, y teniendo presente las limitaciones propias de este tipo de ejercicios, respecto a la equidad educativa se pueden establecer tres tendencias:
ü  La equidad como igualdad de oportunidades ligada al acceso y oferta de servicios de los sistemas educativos.
ü  La equidad como igualdad de oportunidades según el acceso y resultados del sistema educativo.
ü  La equidad como inclusión educativa, con énfasis en la redistribución de recursos educativos, generación de situaciones de aprendizaje ajustadas a los ritmos y expectativas de aprendizaje del alumnado desde un enfoque inclusivo.
En definitiva, según la cuarta vía, propuesta por Hargreaves y Shirley (2009, 2013), nos encontramos en un momento en el que hay replantear  la existencia de políticas.

 No obstante, para que todo lo antes mencionado  debemos velar por que se realice una buena práctica inclusiva, en la cual se evidencia los resultados de la equidad y la inclusión por lo menos en el ámbito educativo y para que esto se de debemos primero comprender que ha de ser  actuación “situada” que la hace única e irrepetible. No hay buenas prácticas ideales sino que dependen del contexto en el que se desarrollan. Lo que se valora como buen práctica en una zona rural de en la Guajira puede ser diferente a la valoración de experiencias en Bogotá. No se trata tanto, pues, de compararse e imitar lo que otros hacen sino de reflexionar sobre la situación actual de cada escuela, hacerse preguntas para identificar los pasos a seguir que permitan acercarnos a los indicadores que se desprenden de la definición y que en la medida de lo posible hemos intentado recoger en los principios que se contemplan en esta Guía. En consecuencia las “buenas prácticas” no pueden servir como excusa o coartada para reafirmar que nuestra realidad es tan distinta que no merece la pena intentar algún cambio; si nos proponemos avanzar en la reflexión sobre los pasos a seguir en la identificación de las barreras que algunos de nuestros estudiantes encuentran para aprender y progresar en la escuela. Podemos concluir que constituye una “buena práctica”, toda actuación que se oriente, a partir del compromiso del profesorado, el estudiantado  y las familias, a promover la presencia, la participación y el éxito de todo el estudiantado.  Las buenas prácticas en otras palabras es la que no ve barreras de aprendizajes sino las capacidades en las que se puede trabajar para que un estudiante avance significativamente.

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